Querido olmo de nuestra plaza:

Has visto bajo tus ramas varias generaciones de mis familiares y paisanos, nos has acompañado durante muchos años en nuestras penas y alegrías.

Cogidos a tu inmenso tronco han herrado las mulas, has visto pasar los rebaños de cabras y ovejas.

Has sido testigo de amores y desamores, de juegos de niños, de rondas de mozos, de nuestras fiestas, de nuestros disfraces con el Domund.

Pedir limosna a nuestros chicos con un zorro en un palo para después hacer una merendola y en Cuaresma disfrazados de vaquillas persiguiendo a la gente con sus cuernos.

Te han pasado por delante recién nacidos para cristianar, chicas y chicos en su primera comunión, mulas engalanadas con elegantes novias encima, ancianos con sus garrotas y ataúdes en su último día.

Nos has acompañado durante nuestras fiestas, esquilos, matanzas y viste pasar a muchos de nosotros asustados por marchar de emigrantes, inquietos pero con grandes expectativas por nuestro futuro.

Has conocido a gentes de otros pueblos, noches y días, veranos e inviernos, pero una diminuta mariposa vino del Este y acabo contigo. Para nosotros siempre estarás en nuestra memoria pero nuestros hijos ya no te verán. Lastima

M. Dolado Sienes. (Diciembre 2005)


Arte Románico en Alpanseque

Crismón

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RECORRIDO URBANO. (De "Recuerdos y Semblanzas")

Hemos por fin llegado a las primeras casas del pueblo. A la izquierda, algo deteriorada por la acción del tiempo, se halla la fuente conocida como"El Caño". El depósito de la misma está protegido por una especie de pirámide ( La Pingurucha) de aproximadamente un metro y medio de alto, sobre la cual nos hacíamos la ilusión de estar cabalgando en nuestra niñez. El agua surgía a través de dos caños conectados al interior y se remansaba en un pilón donde entonces abrevaban las caballerías. En la actualidad hay agua corriente en todas las casas, pero en la época que rememora este escrito toda la que se consumía en el hogar era menester acarrearla desde la fuente citada.

La primera casa que encontramos a la izquierda, a escasos metros del "Caño", fue nuestro último domicilio en Alpanseque. En el portal si estaba fresca la tarde o en la calle si la temperatura era agradable, se juntaban las vecinas a conversar mientras realizaban sus labores, los días de "cuitio" y a jugar al julepe, a la brisca o al guiñote los domingos y días de fiesta.

Seguimos ahora recorriendo la calle principal del pueblo, la "Calle Real". En la misma está ubicada nuestra casa paterna; aquel hogar donde cuatro hermanos y dos hermanas, estas últimas ausentes desde hace muchos años, crecimos felices, arropados por el entrañable cariño de nuestros padres. El abuelo limpiando judías (oct.73)

Para recorrer el pueblo empezamos por la "Calle de la Escuela" que nace en la "Real" y continúa por detrás del establecimiento. A nuestra derecha se encuentra el "Corral de las Mulas". En la acera opuesta el "Corral de las Cabras", así llamado el espacio donde cada vecino llevaba por la mañana su o sus cabras, para que el cabrero de turno las cuidara mientras pacían en lugares diferentes del término municipal. Al fondo, también en una especie de corral, rodeado de viviendas, se halla el vetusto edificio que fue por muchos años sede del Ayuntamiento. Su planta baja estaba ocupada por un salón de forma rectangular provisto de bancos de madera en sus laterales. En el centro había un palco, también de madera, donde se instalaba la orquesta que amenizaba los bailes y, presumiblemente, el señor alcalde, el secretario y los concejales del Ayuntamiento, en las periódicas reuniones a que era convocado el vecindario para tratar temas de interés general. El encargado de convocar a la reunión era uno de los dos pregoneros (alguaciles) del pueblo. A tal fin recorría las calles haciendo sonar una gaita en los lugares previamente establecidos, para llamar la atención del vecindario. Después daba a conocer el bando en los siguientes términos: De orden del señor alcalde, hago saber......seguía después el tema de que se tratara. Esta misma modalidad se usaba también para publicitar la mercadería de los vendedores que periódicamente arribaban al pueblo. En el primer piso del edificio funcionaba la secretaría del Ayuntamiento y el Registro Civil, este último a cargo del Juez de Paz.

A nuestra izquierda está la casa del tio Víctor, una de las más espaciosas y mejor construidas del pueblo. El labrado y colocación de las enormes y blancas piedras que forman su esquina es una prueba elocuente de que el trabajo fue realizado por verdaderos profesionales. En la primera casa que encontramos al ingresar en la "Calle Nueva", sobre la derecha, vivió muchos años mi antiguo y único maestro, don Justino Peces Ruiz. De él conservo muchos y muy gratos recuerdos. En la siguiente casa, propiedad de Rufino Castaño, el herrero del pueblo, funcionaba la taberna y un pequeño mercado que atendían los integrantes de la familia. En el costado izquierdo, en una vivienda convenientemente refaccionada se domicilia actualmente el matrimonio formado por nuestros primos Pascual y Victoria. En la misma calle, pero en épocas diferentes, hubo tres tabernas más: la del tío Román "Pajarillo"; la de don Marcelino "El Fraile"; la del tio Eusebio y la del Dámaso "No us cobro". En ellas acostumbrábamos a reunirnos los mozos del pueblo y algunos casados para disputar las tradicionales partidas de subastado, guiñote y mus, los días de fiesta y algunos decretados no laborables por la climatología.

Casi al final de la calle, lugar por el que ahora pasamos, vivía la tía Dionisia, una hermana de nuestra abuela paterna cuyos seres queridos, el esposo y su única hija, le fueron tempranamente arrebatados por el Destino. El tamaño del edificio (demasiado grande para habitarlo una sola persona) estaba en consonancia con el del corazón de su dueña. Consecuentemente, rara era la vez que no estuviera acompañada por algún miembro de la familia, muy larga por cierto, o por alguna de sus muchas y buenas amistades. Los días de la matanza y la noche que echaba en "adobo", sobre todo, las dependencias se colmaban de invitados y eran para los más chicos en particular, y para el conjunto en general, una gran fiesta.

La escuela consta de dos aulas separadas por un pasillo, una destinada a las niñas y la otra a los niños. Al frente posee un patio cerrado en el que cada grupo practicaba los juegos propios de la edad y del sexo. Sobre el costado izquierdo del edificio hay otro pequeño patio destinado en aquella época a guardar las caballerías, y por ello conocido como "Corral de las Mulas". El fenómeno de la emigración a diversos países europeos, entre ellos Francia, Alemania, Suiza etc., y a las grandes ciudades españolas, en las décadas del 50 y 60, trajo aparejado el despoblamiento de los pueblos rurales, y Alpanseque no fue una excepción. De los aproximadamente doscientos cincuenta habitantes registrados en el Censo del año 1960, labor que compartí con el entonces secretario del Ayuntamiento, mi buen amigo Gumersindo, apenas quedan en la actualidad cincuenta o cincuenta y cinco. En consecuencia, los pocos niños que asisten a la escuela se concentran en una de sus aulas; la otra es usada por la juventud para realizar en ella sus acostumbradas reuniones.

Llegamos a la iglesia, edificio de forma rectangular al que se accedía por un patio enrejado, entre olmos centenarios. A la entrada, sobre el costado derecho se halla la pila bautismal, la del agua bendita y las escaleras que conducen a la tribuna y se prolongan hasta el campanario. En el mismo hay dos campanas cuyo tañido tenía significados muy diferentes y bien diferenciados por el vecindario. En la tribuna se halla el órgano, ya viejo y cansado, con el cual acompañaba el sacristán las misas cantadas que se oficiaban los días de fiesta grande y algunos domingos. La misma consta también de una baranda que servía de apoyo a los mozos que acudían al oficio religioso. En el mismo rincón de siempre están los dos pendones y el estandarte que los jóvenes portábamos en las diferentes procesiones que se realizaban en honor de alguna imagen. Tampoco han cambiado de ubicación los bancos destinados a los hombres del lugar ni la otra pila de agua bendita instalada en el costado izquierdo. En el centro de la nave, a ambos lados, hay un altar en el que se oficiaban las misas encargadas por algún feligrés para honrar o dar gracias por algún favor recibido a la imagen en él entronizada. Más adelante, a nuestra izquierda, se halla el púlpito usado por el sacerdote del pueblo u otro dignatario de mayor jerarquía para predicar el Evangelio o referirse a la celebración que se estaba llevando a cabo. Seguidamente, también a ambos lados, hay una capilla con sus correspondientes altares y un confesionario; delante de estos los bancos destinados a las autoridades de turno y otros más pequeños donde se sentaban los niños en edad escolar. En el fondo está el altar mayor y la sacristía. El suelo de la nave está conformado por las llamadas sepulturas. Cada una de ellas corresponde a una familia y las mujeres de la misma se ubican en dicho lugar, encienden velas y rezan por el eterno descanso de sus deudos.

Al salir de la iglesia pasamos por el horno comunitario donde, en dos hornadas, se cocía entonces todo el pan a consumir en la localidad.

Desandando los pocos metros que nos separan del pueblo ingresamos nuevamente al mismo por la calle que corre paralela a "La Nueva" y desemboca en la plaza de la localidad. A nuestra derecha queda la panadería de Juan "El Molinero" y la casa de la tía Matías. Por el norte de ambas se extiende una porción de tierras conocidas con el nombre de "Los Melgares". Por el lado izquierdo hay varios pajares, la cochera de Gumer y su "chiringuito", como él lo llama. El fondo de la plaza está ocupado por el tradicional y ya viejo frontón donde los jóvenes del lugar solían disputar largos y reñidos partidos de pelota a mano. Ocasionalmente, estos se realizaban entre los pelotaris locales y los de algún pueblo vecino (de Barahona generalmente) y eran seguidos con suma atención por numerosos espectadores. La mayor parte de las veces eran seis los jugadores que intervenían en el partido (tres contra tres) A veces también se disputaban entre parejas y en ocasiones mano a mano. La competencia se pactaba por lo general a treinta puntos (tantos), pero podía acortarse o alargarse si las partes lo consideraban necesario por cualquier circunstancia. Habida cuenta que en aquella época era casi el único deporte conocido en los pueblos rurales, todos los varones lo practicaban, como hoy el fútbol, desde la más tierna infancia, circunstancia que contribuía a que hubiera excelentes jugadores. Entre los que recuerdo se destacaban, a mi juicio y por el siguiente orden: Agustín Alcolea, los hermanos Telesforo y Fernando Dolado (albañiles y peluqueros ellos), Gregorio Hernando, Valeriano Sebastián, Felipe Sebastián, Jerónimo Hernando y algún otro que en este momento no tengo presente.

En el costado derecho del frontón se halla el entonces nuevo edificio del Ayuntamiento. Las dependencias del mismo están compuestas por un amplio salón de forma rectangular con grandes ventanas orientadas al este y el oeste. Los laterales de su interior están provistos de poyos (bancos) de cemento en los cuales se sentaban los vecinos del pueblo cuando eran convocados a reunión por el alcalde y también los mozos y mozas o parejas de novios que asistían a los bailes que allí se realizaban. Constaba también de una dependencia, con ventana orientada al sur, destinada a secretaría y archivo. A la misma se accedía por un pasillo que comunicaba ambos espacios. El lado izquierdo del frontón estaba ocupado por el pajar del tío Serafín, el corral de la tía Victoria y la fragua donde los vecinos del pueblo acudían a aguzar los "barrones" y "rejas", a herrar las caballerías y a reparar las herramientas de uso diario en el oficio de labrador. Cuando en abril de 1961 se produce nuestra emigración a la República Argentina, el profesional responsable de la fragua era desde hacía varios años el ya mencionado Rufino Castaño. Su predecesor había sido el tío Emilio Zaragoza, esposo de la tía Sandalia y contemporáneo de otro colega suyo, el tío Pedro Pascual, propietario de la fragua que estaba detrás del frontón. En los casos anteriores la fragua era patrimonio del municipio y el profesional contratado en una reunión de vecinos. El ajuste se realizaba cada año y el pago se efectuaba en especies, generalmente cereales. Esta modalidad de pago era también aplicada en los casos del cura, el sacristán, el barbero y algún otro servidor de la comunidad.

Anexa al frontón hay otra plazoleta flanqueada en su costado oeste por las casas del tío Andrés (el sacristán), de la tía María y de la tía Victoria. Las piedras que enmarcan la puerta y ventana de la tía María exhiben un tallado artesanal digno de destacar. Presidía la plaza un corpulento olmo en cuyo tronco, lacerado en ocasiones profundamente con los más variados y cortantes objetos, podían contarse algunos de los muchos años que a su sombra benefactora descansaron, bailaron y jugaron varias generaciones de alpansecanos. Su ancha y frondosa copa sirvió también alguna vez para instalar en ella el palco destinado a la orquesta encargada de amenizar algún festejo. La plaza era el escenario donde los domingos y días de fiesta, si el tiempo lo permitía, se realizaban los tradicionales bailes. En el primero de los casos los mismos eran amenizados por los músicos del lugar que seguidamente detallamos: los acordeonistas, Pedro Lafuente, Jesús Dolado, y Honorato Sienes, acompañados en guitarra, laud o bandurria, por José Dolado, hermano de Jesús; los hermanos Telesforo y Fernando Dolado, (sin parentesco con los anteriores); Agustín Alcolea y los hermanos Felipe y Pascual Sebastián.

Casa de los fósiles La casa de Boni está separada de la escuela por la Calle Real y un pequeño pasaje. En esta confluencia iniciamos el paseo vespertino. A nuestra derecha quedan, entre otras, las casas de Felipe, Félix, Gregorio y Juanito. En la acera opuesta las del tio Simeón, la del tio Ignacio "Charrandel", la del Valeriano y el corral donde estaban las viviendas de los padres de María, de la tía Margarita, de la tía Petra, del tío Florencio y de la tía Evarista. La última casa que por este lado encontramos a nuestro paso, un caserón enorme separado de la iglesia por escasos cuatro metros, era entonces ocupada por el cura del pueblo. En este lugar, el patio y edificio de la iglesia "invadieron" la calzada en más del 50%. Por el pasaje que ya hemos transitado oportunamente en nuestra visita al Campo Santo nos dirigimos al camino de "Carra Valdelcubo". También aquí podemos comprobar que todo ha cambiado notablemente. El espacio que por nuestra derecha ocupaban antaño las eras se convirtió en tierras de cultivo a raíz de la Concentración Parcelaria. Por el costado izquierdo hay una zona de tierras fértiles en la que se sembraban patatas y judías. Algunas de estas fincas estaban divididas por paredes de piedra rústica que tambien fueron eliminadas para unificar las parcelas. Prosiguiendo nuestro recorrido llegamos a "El Pozuelo", sitio en el que había un pozo de escasa profundidad y una pequeña balsa en cuyas aguas solíamos saciar la sed, respectivamente, los pastores y los rebaños cuando la añada era de barbechos y mientras las reservas del líquido elemento lo permitían.

Reanudamos la marcha cuando ya el sol está por esconderse en el horizonte. A esa hora algunos cuervos y picarazas con sus graznidos característicos nos sobrevuelan en su viaje de regreso a los nidos que tienen instalados en el "Monte Hueco" o "La Rocilla" de Barahona, donde sus crías, tal vez hambrientas, los esperan con impaciencia. En nuestro recorrido llegamos al espacio denominado "San Andrés", lugar donde un pequeño desnivel marcaba el límite entre las tierras de buena calidad y las poco productivas; estas últimas sólo aptas entonces para la siembre de avena, centeno, yeros o lentejas, a las que se daba el nombre de "Canteros". Al sur de los canteros se extienden, respectivamente, el "Paso" que comunica el "Monte Hueco" y "La Roza", ya mencionado con anterioridad; una vasta zona de tierras y categorías diferentes en las que entonces abundaban las cerradas; los llamados arroturos y la cuesta que divide los términos municipales de Alpanseque y Valdelcubo. Estaba en nuestro ánimo acercarnos al sitio conocido como "El Barranco Lastrón" con el propósito de comprobar el estado de dos buenas fincas que mi padre tenía en dicho espacio, pero, finalmente y habida cuenta que debíamos hacerlo pisando el cereal, desechamos la idea por improcedente a la hora en que ya la noche comenzaba a enseñorearse del paisaje, y la luna "lunera" del poeta a restarle protagonismo.

En la noche recién nacida desandamos parte del camino para después bordear el espacio que antes ocupaban las eras y dirigirnos a "La Ontecilla" y "Carra Atienza". Con la visita a estos dos lugares daremos por finalizado nuestro recorrido por el contorno del pueblo.